Se atribuye a los filósofos estoicos la frase: “ni miedo ni esperanza”.
Como suele suceder habitualmente con los conceptos estoicos, esa frase se ha malinterpretado, suponiendo que aconseja alcanzar un estado de ausencia de emoción casi inhumano.
Pero a lo que el término alude no es a las emociones íntimas, a los sentimientos incontrolables que nos asaltan ante lo que nos sucede, como humanos que somos, sino a cómo reaccionamos a ellos.
“Ni miedo ni esperanza” es un estado post emoción, donde la reflexión nos “aleja” de nuestras emociones para calibrarlas en su justa medida y actuar así de una manera que nos permita manejar mejor el sufrimiento.
Eso es más sencillo decirlo que hacerlo, claro: los enfermos de cáncer y sus seres queridos transitan brutalmente entre el miedo y la esperanza casi sin solución de continuidad, más aún cuando se trata de personas altamente sensibles o emocionales, que se ven inundados por lo que sienten.
Miedo y esperanza son, además, parafraseando a Spinoza, las dos caras de una misma moneda: el miedo es miedo a perder algo y la esperanza es esperanza de conservarlo. Cuando la esperanza se pierde no tiene sentido tener miedo y el estupor real nos alcanza. Cuando dejamos de tener miedo quizá es porque ya no tiene sentido luchar por nada o nada tiene ya valor.
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La consecuencia de toda esta introducción es que el miedo y la esperanza son INEVITABLES y NECESARIOS, no es posible actuar sin ellos, a condición de que no nos atrapen en sus garras y nos impidan ACTUAR adecuadamente. “Sin miedo ni esperanza” es una manera breve de decir: “controla tus miedos y esperanzas, que no sean tus amos”.
Lo que persigo con este artículo no es a dejar de sentir miedo o esperanza, algo no sólo imposible sino indeseable, sino a saber gestionarlos para que no nos arrastren con ellos. A utilizarlos como combustibles.
Para que el miedo sea manejable debe estar contrapesado por una esperanza que equilibre esa balanza. Un mal diagnóstico, seguido por un pronóstico funesto, puede fulminar a quien lo recibe: si la esperanza muere, el miedo primero se hace máximo y, después, desaparece hasta convertirse en mera resignación, la palabra más dañina del diccionario porque es la antesala de la inacción y de la pasividad.
De eso algunos oncólogos son especialistas: enarbolan la bandera de que “decir siempre la verdad al enfermo” es imperativo, aunque luego se les olvida recalcar que el tratamiento que acaban de prescribir no será de gran efectividad y ocasionará un gran dolor al cuerpo sano del paciente. Es una “verdad” curiosa: parcial, interesada… mentirosa. Al dolor de la ausencia de esperanza se añade el del propio tratamiento, que se aplica también sin esperanza.
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¿Cómo podemos moderar el miedo cerval y la esperanza irracional que asaltan intempestivamente a los enfermos y a sus familiares?
Con razón e intuición, los elementos indispensables para calibrar esas emociones todopoderosas que nos anegan a veces. Los mismos que nos dicen que sólo hay dos formas de alcanzar ese estado de alejamiento de nuestros miedos y esperanzas: con el contrapeso de la información objetiva y con el amor.
El amor lo recibirás de aquellos que te rodean y que demostrarán, por fin, de qué pasta están hechos, pero también de ti mismo.
Los datos y la información tratamos de proporcionártelos tipos como yo, en sitios como éste, para fabricar una sólida esperanza, no construida con humo sino con posibilidades reales.
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Un último factor entra en escena, el cemento que posibilita manejar con lucidez miedos y esperanzas y que los suelda a una balanza equilibrada y productiva: la libertad.
No puede haber auténtica esperanza sin libertad de elección, y no hay libertad sin opciones.
Por eso trato de daros opciones que implican razonable libertad de elección: no puedo daros instrucciones cerradas (que ni yo mismo conozco con precisión), pero sí puedo daros opciones, que es tanto como daros libertad.
Y libertad significa también la posibilidad de equivocarse, lo cual implica miedo a fallar, pero también esperanza de acertar. La libertad es el elemento que convierte al miedo y la esperanza en manejables y nos permite comprenderlos en toda su profundidad.
Porque no se puede vivir sin miedo ni esperanza, pero el miedo y la esperanza exageradas son amos tiránicos. Porque no hay forma de atemperarlos sin libertad de elección. Y no puede haber libertad de elección sin conocer las opciones.
Y esas opciones conducen, CADA DÍA, a remisiones de cánceres avanzados a personas de todo el mundo, aunque esas historias no sean contadas en ningún medio oficial. Las opciones, cimentan libertad de elección, que construye una esperanza razonable, que disminuye el miedo y lo convierte en manejable.
En ese caso, pertrechados con opciones razonables y libertad de elección, ya podremos por fin decir, confiados en que comprendemos de verdad su significado: “Ni miedo ni esperanza”.